Las matriarcas de la Reserva Comunal Amarakaeri
Wabota significa ‘familia’ en lengua harakbut
Los amarakaeri, que viven en una reserva comunal situada en el distrito de Madre de Dios, en Perú, son uno de los seis grupos indígenas englobados en la familia harakbut y el más numeroso: está formado por unas 1.000 personas. La cultura harakbut trata de sobrevivir a la globalización en una selva que está amenazada por la entrada de la gran petrolera estadounidense Hunt Oil a finales del año 2014. La comunidad nativa de Puerto Luz es la más habitada de la reserva y también la más occidentalizada. El territorio que ocupan los amarakaeri tiene una extensión de 402.335 hectáreas y un perímetro de 500 kilómetros. Es la única reserva natural habitada de Perú sobre la que el Gobierno tiene cierto control en el acceso y protección de la misma. Pese a ello, si nadie lo impide, a finales de año la empresa iniciará sus planes de exploración de gas.
Comunitaria y autosuficiente
En Puerto Luz, la organización es comunitaria y autosuficiente. Para lograr este delicado equilibrio, el papel de la mujer es fundamental. Sus obligaciones van desde la obtención de recursos, pescando o trabajando el huerto o ‘chacra’, a la organización de la vida familiar. También son responsables de la educación de los hijos y de la transmisión de la cultura harakbut; sin ellas, la comunidad estaría vacía. La protección que ejercen y el sentimiento de unión que desprenden atan unos lazos que cada vez están más lejanos y tensos de las raíces ancestrales que los identifican.
‘Ñokpo’ significa sol
La luz natural marca el ritmo de la comunidad, que se levanta con el sol y se acuesta cuando éste desaparece. Los niños aprovechan para salir a entretenerse con juegos que en Occidente se han perdido, como la rayuela o el aro. Esta generación de jóvenes no está aprendiendo la lengua harakbut, pues sueñan con salir fuera de la reserva y buscar otra forma de vida. En su lugar, aprenden el castellano y cada mañana van a la escuela, que es cristiana. Los nativos hablan de un cura español que los “occidentalizó” mediante la imposición religiosa y cambió sus nombres a otros cristianos. Los reeducó en un sistema más tradicional de comportamiento alejado de sus costumbres y ritos. Por suerte, algunas de esas tradiciones aún perduran.
Guadalupe, la mujer de hierro
Madre de dos hijos nacidos en la comunidad y educados desde la tradición harakbut, consiguió que salieran de la reserva y estudiaran fuera. En la imagen, Guadalupe se dirige a recolectar el barbastro, una planta ancestral y muy tóxica que sirve para pescar. La plantación es secreta, ya que algunos jóvenes la han utilizado para suicidarse, una práctica que, según ella, “no se conocía” antes de la llegada del hombre blanco a sus comunidades. “La mayoría de los suicidios son por amor”, comenta Guadalupe, que fue nuestra anfitriona en este viaje a la selva peruana. Nos cuenta que, poco tiempo antes de nuestra visita, una chica que vio que su novio la abandonaba por otra, buscó la plantación y se suicidó tomando el jugo de la raíz. Esto hizo que el resto de mujeres buscaran un rincón escondido dentro de la selva para plantar el barbastro y hacerlo más inaccesible.
‘Emba’ significa hoja
El topa es un árbol que crece en la selva amazónica, al lado del río Colorado. Por su composición, tiene un peso muy ligero y flota extraordinariamente. Carmen ata un tronco junto a otro para construir una balsa que nos lleve al interior de un estanque y así empezar la jornada de pesca. Lo que parece una tarea fácil, no lo es: tarda cuatro horas en encontrar estos árboles entre la maleza de la selva y, una vez hallados, aún hay que arrastrarlos hasta la orilla. El calor que los indígenas soportan mientras trabajan llega hasta los 38 grados en las partes más altas de la reserva. Esto, sumado al 97% de humedad media en el ambiente, crea unas condiciones extremas donde su mejor aliado para aguantar estas temperaturas son las cañas de azúcar, ya que no hay agua potable cerca.
Raíz de barbastro Llega el momento de pescar
Piedra en mano, las mujeres empiezan a machacar la raíz del barbastro pues es el único modo de que suelte el veneno. La raíz, una vez machacada y sumergida, hace que los peces salgan al exterior en busca de una bocanada de oxígeno limpio. Una vez fuera, Guadalupe, Carmen y el resto de mujeres, machete en mano, acaban con la agonía de los peces y los guardan en sus bolsas. Para soportar las altas temperaturas, las indígenas construyen unos parasoles con ramas de palmera y hojas de platanero que dan sombra y hacen más llevadera la jornada. La ventaja de este tipo de pesca es que asegura una gran cantidad de pescado y que, pese a estar recogido con veneno, una vez cocinado este desaparece y el alimento es inofensivo para el hombre.
‘Weei’ significa agua
El río forma parte de la vida de la comunidad; en él, los indígenas se bañan, juegan, pescan, lavan la ropa… El Colorado es un inmenso caudal que une varias comunidades nativas, pues es la principal vía de comunicación entre ellas. En época de lluvias, se convierte en un inmenso ir y venir de troncos que lo hacen inaccesible y deja aisladas a las comunidades. El río da la vida a estas poblaciones; en sus orillas siempre vas a encontrarte gente. Debido a la entrada de la petrolera Hunt Oil, se teme que esta agua quede contaminada. A día de hoy, los más ambientalistas de la zona también denuncian que la actividad minera ha jugado un papel importante en su degradación. El agua no es potable y tiene que pasar por un proceso de cocción para que se pueda cocinar con ella.
Sin servicio médico
El Amazonas peruano da lo necesario para la subsistencia de las comunidades indígenas que habitan junto a él. Cada pescador se coloca en una zona estratégica para que el barbastro que vierten haga la pesca más efectiva. Las mujeres tienen un papel importante en el proceso; son ellas quienes hacen todo el trabajo. Navegando con las barcas que ellos mismos se han construido, se pueden ver otros animales, como las rayas. “Un picotazo de estas mató a uno de la comunidad”, cuenta Guadalupe. Sin una posta (ambulatorio) cercana y sin un servicio mínimo de urgencias, estas tribus están abandonadas a su suerte en un mundo lleno de peligros. Los picotazos de víbora son otra de las amenazas a las que se tienen que enfrentar a diario; cada familia relata alguna experiencia cuyo final hubiera sido muy distinto de haber contado con un servicio médico a su alcance.
La recompensa del trabajo
Acaba la jornada de pesca, la canoa llega a la orilla y los niños se abalanzan hacia los pescadores para ver qué tipos de peces traen y cuál será su cena de esta noche. Se repartirán las capturas de forma equitativa y, si tienen suerte, serán más de 10 piezas por persona. Lo importante es el bien de la comunidad y la subsistencia conjunta. Cada familia coge su parte y las mujeres se van a sus cabañas a preparar la cena de esa misma noche después de haber estado horas pescando. Los niños, en su mayoría, van por las mañanas al colegio y pasan las tardes jugando cerca del río. Pese a que la idea dominante es irse fuera, los jóvenes dentro de la comunidad viven tranquilos, no están obligados a trabajar, sino que disfrutan de su infancia y están alejados de unos lujos y comodidades que en Occidente nos parecen imprescindibles en nuestra vida diaria.
Al final, la noche
Cuando cae la noche, la reserva se queda a oscuras y las madres ayudan a hacer los deberes a sus hijos con ayuda de una pequeña linterna. En algunas ocasiones, la luna es tan grande que se ve perfectamente en el exterior de las viviendas, por lo que aprovechan para quedarse en sus puertas a charlar. La vida en las comunidades nativas está alejada de los cánones sociales establecidos en Occidente; las mujeres nativas harakmbut son el pilar que sostiene una cultura que, poco a poco, se extingue dentro de la selva peruana. Si se permiten las exploraciones por parte de la petrolera Hunt Oil, se verá afectada de algún modo su forma de vida y será cuando testimonios y fotografías como éstas quedarán como un archivo histórico de una cultura que existió en algún lugar y en algún momento.
Texto y fotografía: Por Javier Carbajal y Juanjo Pérez – OM Colectivo.